Anthony Joshua volvió a sacudir las redes sociales al compartir una imagen reciente en la que revela que ya pesa nuevamente 260 libras, apenas días después de haber marcado 243 para su combate frente a Jake Paul. El dato no pasó desapercibido y rápidamente encendió el debate entre fanáticos y especialistas sobre las exigencias físicas y estratégicas del peso en el boxeo moderno.
La rápida variación confirma algo que en el alto rendimiento es habitual pero pocas veces tan visible: los descensos de peso extremos y la posterior recuperación acelerada. En el caso de Joshua, el recorte a 243 libras fue parte de una preparación específica para un rival atípico y un contexto mediático distinto al del circuito tradicional de los pesos pesados. Finalizado el compromiso, el cuerpo volvió casi de inmediato a su rango natural.

El regreso a las 260 libras también refuerza la idea de que ese es el peso en el que Joshua se siente más cómodo, fuerte y explosivo, especialmente de cara a futuros desafíos ante rivales de mayor porte físico. Para muchos analistas, esta oscilación evidencia profesionalismo y control corporal; para otros, plantea interrogantes sobre el impacto a largo plazo de estos cambios bruscos.
Lo cierto es que, una vez más, Anthony Joshua logra que se hable de él, no solo por lo que hace arriba del ring, sino también por cada detalle de su preparación.

