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En su búsqueda por ser feliz todo el tiempo para huir de la depresión, el excampeón mundial peso mediano de boxeo, Julio César Chávez Jr., se sumergió en la adicción a la cocaína y al alcohol, lo que él considera como el mayor arrepentimiento de su vida.
“De lo único que me arrepiento en mi vida fue de tener una adicción, de haberme desenfocado; es lo único que me da coraje, todo lo demás no. Uno quiere estar bien, hacer las cosas para disfrutar, pero no se puede ser feliz todo el tiempo”, dijo.
Las drogas fueron protagonistas en la familia Chávez; también persiguieron la carrera de su padre, Julio César Chávez, y llegaron a la vida del oriundo de Culiacán a los 23 años cuando su carrera empezaba a despegar. Junto a su despunte como profesional y bajo la sombra de la carrera de su padre, considerado el mejor boxeador mexicano de la historia, el junior cobró fama y en el país lo vieron como la nueva estrella del pugilismo, con ello llegaron a su vida amistades falsas y acuerdos con promotores que, según cree, complicaron su vida.
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“En un momento todos me seguían la onda porque estaba en mi mejor momento, todos estaban contentos, pero llegó el tiempo que no me seguían la onda porque la gente se aburría. Para salir fue una lucha conmigo”, añadió el boxeador de 34 años. Tras dejar las drogas, su padre inauguró clínicas en Tijuana y Culiacán en las que personas con adicciones acuden para rehabilitarse y ahí fue donde “Julito” inició un proceso para declararse “una persona más sobria”.
Aunque reconoció el apoyo de Julio César Chávez, el hijo de la leyenda aseguró que salir de ese oscuro túnel dependió de él porque aceptó que no podía continuar así por su familia y debía recuperar su credibilidad como persona.
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